viernes, 21 de enero de 2011

Corazón de Salvia

Él era un hombre tan peculiar que cuando salía de viaje debía buscar incansablemente quien le cuidara sus hormigas. No es nada fácil voltearse y pedirle a un vecino que se encargue de ellas y girar instrucciones tales como:


-Si les da frío les pones una cobijita. Si ves que andas un tanto lentas con dos terrones de azúcar se vuelven a activar y ten por seguro que hasta se pondrán a cantar.



Sonará gracioso lo que diré a continuación, sin embargo, él, así era: un hombre con el corazón del tamaño de una ceiba (¿lo puedes imaginar?), la salvia corría de forma abundante por sus raíces, emanaba el fresco aroma de vida por cada uno de sus poros, motivaba, emocionaba, detonaba, en pocas palabras siempre daba.
El único inconveniente -y dicho sea de paso, tema que le robaba en cierta forma la paz pero también le daba sentido a su andar- era que no sabía aún donde asentar sus raíces, plantar sus sueños de vida y echarlos a germinar.

Como dicen en mi pueblo: “Ahí estaba la maldad.” 





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